La Cueva de la mora en La Pedriza. (Madrid)
He estado en muchos sitios de la Sierra Madrileña, pero no sé por qué, nunca había estado en La Pedriza.
Tengo que reconocer que es un sitio precioso al que mi hijo me llevó con la intención de comer en un estupendo restaurante donde hacen un cordero asado riquísimo.
Si la memoria no me falla en ese sitio maravilloso, además de estar regado por innumerables arroyos, también nace el rio Manzanares que riega Madrid Capital y yo, le considero el mejor rio del mundo. Ale.
Bueno, pues una vez bien comidos y paseando por tan maravilloso lugar, no me podía ir sin ver y entrar en la Cueva de la Mora. Cuando lo plantee, mi hijo se echo las manos a la cabeza y me dijo cosas como que yo era una sabihonda y no me va a llevar más donde haya nada histórico. Luego, cuando se lo conté, cambio de parecer.
Esta es la historia:
En tiempos de las cruzadas, vivía en las cercanías de Madrid, un rico moro, tan famoso por sus riquezas como por la belleza de su única hija quien, a pesar de los muchos jóvenes que la pretendían en matrimonio no mostraba deseo de casarse.
Sucedió que una tarde, durante un paseo por las orillas del rio Manzanares, se encontró con un joven caballero cristiano que abrevaba a su caballo y de ese encuentro, nació un amor tan intenso, que enseguida desearon contraer matrimonio.
Los jóvenes fueron a pedir permiso al padre de ella, que se negó rotunamente a la boda y ordenó que el joven fuera expulsado de su casa y encerró bajo siete llaves a su hija.
Desesperado, el joven le hizo llegar un mensaje de despedida a su amada y embarcó hacia Tierra Santa a luchar con el infiel.
La joven mora esperó en vano meses y meses el regreso del caballero. Jamás volvió a tener noticias suyas y tampoco jamás quiso casarse con ninguno de los pretendientes que su familia le propuso.
Su padre amenazaba, su madre rogaba, pero nada podía convencerla de que tomara esposo.
Por ver si conseguía doblegar su voluntad, su padre ordenó que fuera encerrada en una cueva de pastores y que solo se le diera pan y agua y unos harapos con que cubrir su cuerpo.
Pero todo fue en vano.
La joven no opuso resistencia alguna y se dejó encerrar y encerrada siguió llorando y anhelando el regreso de su caballero cristiano.
Al cabo de algunos meses, las sirvientas que le llevaban a la cueva el pan y el agua, la encontraron muerta.
Se cuenta que su alma siempre esperanzada, vaga todavía por allí aguardando la vuelta de su amado, y que todos los años en el mismo día de su partida el espíritu de la mora sale a pasear por La Pedriza, para otear el horizonte por donde siempre espera ver regresar a su amado.
¡¡Pobrecita!!
No se cuando es el día que sale el espíritu de la bella mora a pasear, pues me gustaría decirle que algunos hombres nunca vuelven.