Esto es una confesión en toda regla:
Era un verano de 1953, (a la vuelta de la esquina), veraneábamos en El Espinar (Segovia), eramos un grupo de 20 chicas y dos monjitas.
Un día nos dice la hermana Consuelo que después de la siesta vamos a San Rafael, pues habían ido de excursión varios miembros de la parroquia. Nos pusimos muy contentas, pues se salía de lo normal, o sea, salir fuera del convento de las Jesuitinas.
Cuando llegamos a San Rafael, nos encontramos que estaban allí todos los curas de la parroquia y gente seglar que habían fletado un Autocar para pasar el día en la sierra.
Mis compañeras y yo, como conocíamos a poca gente de la que allí estaba, nos pusimos a una distancia prudencial, los mayores estaban charlando y de vez en cuando se reían.
Habían colocado entre dos hermosos pinos una hamaca en la cual estaba uno de los curas tumbado. Se llamaba D. Fernando y pesaba lo menos 120 kilos.
Cada uno estaba a lo suyo, nosotras solo nos fijábamos en D. Fernando que además de estar gordo, era un hombre bastante alto, mejor dicho, altísimo.
Nosotras, chicas de 17 y 18 años que nos reíamos por nada, no le quitábamos el ojo, pues una de las chicas dijo: -Don Fernando se cae... todas esperábamos haber si era verdad.
Parece ser que el buen sacerdote estaba cansado y empezó a dormirse...se durmió.
Mientras tanto los demás excursionistas, charlaban y se reían de lo que contaran, seguro que todo muy inocente, mientras Don Fernando dormía a pierna suelta.
Nosotras, (malas) no quitábamos los ojos del pobre hombre y, cuando menos se esperaba, zas¡¡¡
don Fernando al suelo, la hamaca se rompió con tan mala fortuna que debajo de ella había una enorme piña que se le clavó al cura en los riñones.
Nosotras, (seguíamos siendo malas) lo primero que hicimos fue reírnos a carcajadas, las monjitas asustádisimas fueron a auxiliar a don Fernando, varias personas de las que habían ido a dicha excursión también fueron rápidamente a socorrer al herido...si herido, porque la dichosa piña se le había clavado en la carne de la parte baja de los riñones.
Llamaron al médico de San Rafael, a nosotras nos mandaron rápidamente otra vez a El Espinar. Cuando llegamos, la monja que iba a nuestro cargo nos dijo que nos teníamos que confesar por habernos reído de la caída de don Fernando. Por supuesto que le hicimos caso, así que nos fuimos todas a la capilla a esperar turno para la confesión.
Cuando terminó la compañera que iba delante de mi, vi con gran placer que iba sonriendo, pensé, no nos va a regañar como ha hecho la hermana Consuelo y...me llegó mi turno.
Cuando me hinqué de rodillas y dije: -Ave María Purísima, noté que el cura se sonrió (era el capellán del convento y era muy joven), el me contestó:- Sin pecado Concebida, ¿que pecado tan grave has cometido? Me he reído cuando se ha caído D. Fernando, le dije, él me contestó:-¿Que crees que he hecho yo?
Me quedé sin habla y él volvió a decirme, y también yo he sido el que le ha puesto la piña debajo de la hamaca. Si antes me había quedado sin habla ahora estaba muda de asombro. Volvió a decirme:- Los dos hemos cometido el mismo pecado, yo te perdono y tu me perdonas.
Los dos decidimos rezar porque pronto se recuperase el bueno de D.Fernando.
Los días que nos quedaron de vacaciones fueron estupendos pues todas las chicas creo que teníamos un secreto de confesión. Yo por lo menos jamás lo conté a nadie, ahora lo hago porque...hace tanto que pasó¡¡¡
He contado esto para sacarle una sonrisa a un amigo que quiere poner a trabajar a todos los curas.
Yo sigo siendo respetuosa con la Iglesia. amen
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