!La vida es un pañuelo¡ Hoy al salir de mi Parroquia de la Santa Cruz de Coslada, se me acerca una señora y me pregunta. Señora, ¿ha ido usted al colegio de las monjas Avemarianas? Yo le respondo que sí y dice.-Yo también y la conozco desde que las dos teníamos 17 años. Yo le contesto.- De eso ya hace mucho tiempo, ¿Es posible que me haya reconocido?
Si, porque tienes la misma carita redondita, como entonces.
Estoy a punto de decirle.-La que tiene cara eres tú,¿Como voy a tener la misma "carita" después de casi 50 años? Me contengo, empezamos a charlar, me dice su nombre, le digo el mío, que por cierto se lo sabe perfecta mente, y ya si, ya me acuerdo, nos damos unos besitos y empezamos a recordar. !que pena, las cosas que recordamos¡
Esta señora y yo, con otras cuarenta chicas, veraneamos muchos años juntas con las monjas de un centro religioso al que pertenecíamos. Eramos buenas chicas, jóvenes, revoltosas, algunas más que otras. Esta señora era de las otras: las revoltosas un poco egoístas.
Cuando íbamos con las monjas, teníamos todas las puertas abiertas. Si en el lugar que estábamos había algo que visitar, nosotras lo visitábamos sin que nadie nos pusiera impedimento, tales como museos,Catedrales, conventos que no estaban abiertos al público...para nosotras siempre se abrían.
Se dio el caso, creo que era el año 54. !ahí es nada¡ estábamos veraneando en Cóbreces en la provincia de Santander. Allí en aquellos tiempos no iba nadie, sólo niños de colonias o cómo en este caso, nosotras con las monjas, así que la playa (preciosa) era para nosotras solas, yo creo que nos llevaban allí por eso, ya que además de no haber nadie, teníamos que ir muy recatadas, tanto la ropa como los bañadores, !si nos hubierais visto¡...
Como iba diciendo. En este precioso pueblecito había un convento de frailes Trapenses, estos frailes no hablaban nada más que una vez al año, el día de su patrón Y los novicios cuando entraban, lo primero que tenían que hacer era cavar su propia tumba. Con las visitas si hablaban, por eso, cuando íbamos a comprar algo, con nosotras hablaban más que un sacamuelas.
Vivían de su trabajo, tenían animales domésticos, tales como cerdos, ovejas, vacas, pollos y el huerto. !Que huerto¡ aquel huerto era una maravilla, hay que tener en cuenta que los frailes y las monjas, tienen sus conventos muy limpios y organizados.
Como muchos sabéis, los trapenses hacen mantequilla y chocolate, ya conocéis los bombones de la Trapa, !riquísimos¡
Un día cuando veníamos de la playa, la monja que iba a nuestro cargo, se encontró con el abad y nos invitó a pasar, nos saludo una por una y nos hizo que cantáramos una canción a la Virgen, nosotras lo hicimos con mucho gusto, pues siempre íbamos cantando; le gustó y dijo que por la tarde nos podía enseñar todas las instalaciones y el huerto.
Desde luego que por la tarde fuimos (no teníamos otra cosa que hacer), vimos como y donde se hacía la mantequilla y el queso, vimos los más hermosos animales que yo haya visto jamás, bien cuidados, gordos, había un cerdo que parecía un toro, también un toro semental enorme y muchas vacas, en fin todo muy bien. Por fin se le ocurrió al abad que fuésemos a ver el huerto. !Que hermosura¡ !que árboles frutales, que tomates...nosotras cuando vimos el peral que teníamos delante, nos miramos unas a otras...el abad se dio cuenta y pensaría !Pobrecitas, querrán una pera¡ y dijo: -Las peras que hay en el suelo las podéis...no terminó la frase, como una tromba fuimos hacia el peral y empezamos a coger alguna pera, Pero claro no eran muchas las que habían caído. Entonces una de las chicas arremetió contra el peral...!Dios mío las que cayeron¡
El abad y nuestra monja se echaron las manos a la cabeza; el abad, asustado, la monja avergonzada.
Sabéis que el abad tiene la categoría de obispo, en aquél momento se le olvidó su categoría, dando palmadas decía: Niñas, niñas por favor...mirad coged un tomate y un pimiento cada una, dejad las peras. Era tal el revuelo que estábamos organizando que la monja sacó el pito (lo llevaba para sacarnos del agua cuando no oíamos sus voces, que eran siempre), dio no se cuantos pitidos, nosotras estábamos obcecadas y no la oíamos...hicimos tal destrozo que el pobre abad estaba rojo, verde y amarillo, la hermana Consuelo, (Lito, como la llamábamos nosotras), no se de que color estaba, pero tenía una cara...ese día no comió.
Algunas de nosotras (yo incluida), cogimos un tomate, pero otras, se llenaron los bolsillos y otras no cogieron nada. La hermana "Lito" cuando se enteró, dijo que las que tenían más, lo tenían que compartir. Nunca nos nos regañaba más de lo necesario, ese día sí, y como nadie quería dar nada, a las que no habían cogido ninguna pieza...hizo un registro a ver lo que teníamos cada una. Yo mi tomate me lo había comido por el camino, por lo tanto no tenía nada, otras, la mayoría tampoco, a lo sumo un par de peras, pero Juanita, la señora que yo he visto hoy después de 50 años, tenía la mochila llena, además decía que no daba a nadie que se lo traía a Madrid... Sin más comentarios, al final no quisimos nada, que se lo metiera en...la maleta.
Lo que sí estoy segura, es que el abad del monasterio trapense de Cóbreces, no dejaría a nadie más entrar en su hermoso huerto.
Si alguna de aquellas "chicas" ve esto, desde aquí le mando un beso, todo aquello lo recuerdo con mucho cariño y un gran placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario