miércoles, 19 de mayo de 2010

repostería

Hoy me he vuelto repostera.
Hago unos pestiños por Navidad, que los que los comen se chupan los dedos. Pueden dar fe unos vecinos con los que pasamos todos los años las doce campanadas. Ellos ponen el champán y las uvas y yo subo una enorme bandeja de pestiños. Tanto los mayores como los niños (mejor dicho, niñas) pues mi vecina Ana sólo tiene nietas, a todos les gustan mucho.
Hoy me apetecía hacer rosquillas...y las he hecho.
He recordado los años cuarenta cuando mi madre nos hacía todo lo habido y por haber, que se hiciera con harina para quitarnos el hambre.
Cuando ella se ponía a hacer dulces, todos la ayudábamos. Hacíamos una cadena, mamá amasaba y daba forma a lo que estuviese haciendo, mis hermanos llevaban la masa a donde yo, (que era la mayor), estaba preparada junto al fuego y la sartén para ir friéndolo.
Si bajaba alguna vecina por la escalera en aquellos momentos, se le oía decir.-!Que bien huele ¡ Por lo tanto ya teníamos una invitada.
Mi madre en aquellos años que no había tanta bollería industrial como ahora... ni siquiera había yogures...los pocos que había se vendían en las farmacias...os prometo que es verdad.
Como iba diciendo, cuando se ponía de reportera, hacía grandes cantidades, lo primero: éramos muchos, lo segundo: no había una vecina que se quedara sin probar lo que hubiese hecho, por ese motivo era por lo siempre cocinaba mucho.
Una vez que había hecho el reparto vecinal y nos habíamos artado, cosa curiosa, nunca teníamos el estómago saciado y ahora, no puedo comer dos piezas sin que me moleste el dichoso estómago,
como decía ya artos, guardaba las rosquillas en una maleta de madera, los que habéis leído mi libro "el soldado Feliciano" ya sabéis a que maleta me refiero. La maleta la acondicionó para este fin y para que no nos las comiéramos; no se si por temor a que nos hicieran daño, o, porque unos iban a comer muchas y otros ninguna, el caso es que le puso un candado a la maleta de madera.
Nosotros, que, o, eramos golosos ,o, estábamos hambrientos, el caso es que ideamos "robar" las rosquillas, ¿Como? Muy fácil, el hambre agudiza el ingenio: con una aguja de hacer punto, uno ensartaba las rosquilla, otro sujetaba la maleta el ancho del candado. Cuando el de la aguja daba orden de que ya la tenía llena y el que sujetaba la abertura para que no se cerrase hacía todos los esfuerzos que podía para que cupieran...el "maestro" de la aguja, hacía que las rosquillas se tumbasen y, despacito, despacito..."zas" sacaba dicha aguja llena. Nos las comíamos y vuelta a empezar.
Mamá se hacía cruces de lo poco que le duraba su abastecimiento. Siempre poníamos al más pequeño de guardia, le decíamos:- Tú a la puerta, si viene mamá nos avisas.
Un día vino mamá...papá...y la abuela. Los tres a la vez y por supuesto nos pillaron.
Lo primero y sin preguntar...la zurra, después a la cama sin cenar. Todos en la cama estábamos llorando, no por la zurra, si no por no haber cenado.
Hoy como os he dicho he hecho rosquillas, le he subido a la vecina que más confianza tengo (mi madre les daba a todas), ahora los vecinos no somos iguales.
Entonces, lloraba porque no me daban más, ahora casi lloro por que tengo una bandeja y no me atrevo a comerlas...

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