Según venía en el tren camino de Coslada, al pasar por El Poz0 he sentido un poco de nostalgia, nostalgia que hoy sábado a las tantas de la noche, aún no se me ha ido.
Yo conocí al Tío Raimundo, le conocí siendo yo muy jovencita, cuando mis amigas y yo los domingos paseábamos hasta su tierra.
Por aquella época, sobre todo en verano, las chicas los domingos paseábamos mucho. Ese era nuestro divertimento. No recuerdo haber ido con mis amigas al cine nunca; no sé porqué. Al cine yo siempre iba con mis padres y hermanos, más veces con mi madre pues mi padre siempre estaba de servicio.
Cuando salíamos los domingos, eramos cuatro amigas, vivíamos cerca del Puente de Vallecas por lo tanto cogíamos la Avenida de Ciudad de Barcelona arriba. Algunas veces cuando llegábamos al alto del Arenal nos volvíamos, otros días llegamos a Portazgo, hasta que un día llegamos hasta el Pozo de tío Raimundo.
Parece que le estoy viendo: pantalón, creo que era de pana de color claro, camisa blanca con rayitas marrones, se cubría la cabeza con una gorra, pero un gorra castiza, no de esas que llevan ahora todo el mundo, hombres y mujeres, que parecen soldados americanos (que quede claro que admiro a los soldados americanos), también tenía un garrote, un garrote rústico, quizá hecho por él mismo.
Tenía una casita, quizá hecha también por él, le daban sombra cuatro Acacias, una higuera y una parra. Era un hombre de una estatura media, delgado y siempre sonreía.
El primer día que le encontramos, íbamos huyendo de unos cuantos chicos, unos chicos que lo único malo que hacían era piropearnos. En aquella época los hombres piropeaban mucho a las mujeres, ahora dicen que es machismo, pero yo creo que era muy bonito. Salvo raras excepciones que alguno soltaba una grosería, casi siempre era bonito.
Cuando el tío Raimundo vio que cuatro chicas iban corriendo hacia él, se levantó de su banqueta, cogió el garrote, se fue hacia nosotras y nos preguntó por que corríamos, cuando se lo dijimos y vio a los mozalvetes que nos seguían a cuatro metros, los llamó, los pobres muchachos fueron con la cabeza gacha, cuando vio que los muchachos eran, como dirían ahora, buena gente, se dirigió a nosotras y nos dijo:-¿Como no os van a seguir los chicos con lo guapas que sois?
Así conocimos al tío Raimundo, a partir de ese día, casi todos los domingos cuando hacía buen tiempo íbamos a verle. Tenía dos botijos al lado del pozo, siempre llenos de agua fresquita que nosotras bebíamos aunque nos recomendaba que tenía que ser a chorro.
Cuando empezó a llegar la emigración de los pueblos hacia la Capitál, muchos fueron los que se asentaron en aquel cerro, todo estaba desierto, había alguna huertecita que otra, pero todo estaba sin habitar era una enorme extensión de terreno, árido, sin ni siquiera agua. Pero ahí estaba el tío Raimundo con su pozo, no le negaba, no solamente un trago de agua, si no que a todas esas buenas gentes que se hacían su "casita" con sus propias manos, él jamas les negó un cubo para hacer un mortero de arena y cemento para construir una vivienda.
Con el tiempo nos separamos, no solamente las amigas, pues nos casamos y cada una se fue por su lado. Yo que hago mucho el recorrido en tren de Coslada a Atocha y viceversa, no hay un sólo día lo mismo a la ida que a la vuelta, que no recuerde al tío Raimundo y sus botijos.
Creo que mucha gente le debe de recordar, seguro que hoy gracias a Dios viven en mejores casas, pero jamás olvidarán a aquel hombre entrañable que se llamó RAIMUNDO. así con mayúsculas.
por eso lo del pozo del tio raimundo, no lo sabía. ¿Era sacerdote él no?
ResponderEliminarNo, solo era un buen hombre.
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