lunes, 5 de diciembre de 2011

El castillo de Pedraza

El sábado estuve comiendo en Pedraza, los que conocéis la zona también sabéis lo bien que cocinan por esos lares el cordero, el cabrito y el cochinillo, !Ummmm¡
El castillo de Pedraza además de bello encierra una historia de amor y yo no podía de dejar de contárosla.
En los primeros años del siglo VIII habitaba el castillo un noble (menuda "nobleza"), llamado Sancho de Ridaura guerrero y señor generoso, respetado por sus vasallos. Cerca de allí, en una aldea de sus dominios, vivía Elvira, moza de gran belleza-hija de unos pobres colonos- que estaba muy enamorada de Roberto, joven labrador, trabajador y honrado. Un día el señor del castillo vio a la muchacha y quedó prendado de su belleza, hasta el punto de utilizar sus derechos para obligarle a convertirse en su esposa. Roberto quedó destrozado pues como siervo no podía competir con el señor y fue a refugiarse a un convento y allí entregado a la oración fue cicatrizando sus heridas.
Pasó el tiempo y sucedió que el capellán del castillo murió y el señor pidió otro al convento para reemplazar al cura fallecido. El Abad mandó a Roberto por ser el más devoto. Cuando los enamorados se vieron, se evitaban para que no volviera a renacer su amor.
Ocurrió que el rey Alfonso VIII hizo un llamamiento a los nobles castellanos los cuales fueron a luchar llenándose de gloria en la batalla de las Navas de Tolosa.
Regresó el señor a su castillo en olor de multitudes, cuando vio a su esposa, esta, cuando fue a abrazarla se desmayó entre sus brazos, mandó llamar a uno de los criados y por él supo de la infidelidad de su esposa. El señor del castillo no demostrando su dolor, decidió que para celebrar su triunfo preparar una gran fiesta invitando a todos los nobles del reino.
Llegado el momento se sentaron a la mesa presidida por el señor que sienta a ambos lados a los amantes, a la hora del brindis dice que ha llegado el momento de conceder premios a los que lo han merecido. Dirigiéndose a Roberto, dice: "Una corona bendita lleva sobre su cabeza como insignia de honradez, virtud y santidad, yo le pondré otra que si no tan divina será más duradera". Haciendo una seña, se acercaron dos vasallos que portan en una bandeja de plata una corona de hierro cuya parte inferior tenía afiladas puntas enrrojecidas al fuego. El caballero poniéndose unos guantes de acero, toma la corona y la coloca con fuerza sobre la cabeza del fraile mientras le decía: "La recompensa por tus servicios".
Elvira huye espantada mientras se oyen los gritos de dolor del fraile y el espanto de los invitados se refleja en sus caras. Como no ve a su esposa, se dirige a sus aposentos y allí la encuentra con el corazón traspasado por una daga.
Pronto el castillo se ve envuelto en llamas y todos los invitados huyen despavoridos y se cree que el "zangano" de Ridaura también se larga con rumbo desconocido.
Hay quien dice, que desde entonces, cierta noche del año en el ruinoso castillo, se ve pasear a dos extrañas figuras coronadas por una orla de fuego.

Después de enterarme de todo esto, se me indigestó el cordero, el vino y hasta el arroz con leche que tomé de postre. Ya estaba decayendo la tarde cuando nos disponíamos a volver a Madrid, yo le dije a mi hijo: -¿Porqué no nos quedamos a ver si vemos a los fantasmas del castillo? Con la mirada que me echó, me lo dijo todo. !Estos chicos de ahora no tienen sentido del humor¡
Yo creo que sabía que lo decía en serio, me conoce bien...por algo soy su madre.

2 comentarios:

  1. Genial relato!!. Triste historia, no me sorprende que hayan espirtus vagando por el Castillo de Pedraza.


    Merry Kisimusi!!

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  2. Cuentos, historias, castillos, encantos y demâs argumentos. Esa es la belleza de la vida, sin esos ingredientes, no tendriamos de que sorprenderno ni que esperar.
    Muy bonito relato e historia.En estos tiempos que la vida se vuelve mas mediatica y simplona. Solo tenemos violencia, depravaciôn, indiferencia, materialismo a raudales y todas las plagas habidas y por haber.
    Yo prefiero creer, porque asî me siento mas feliz.

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